lunes, 27 de octubre de 2008

El abrigo de los secretos

Miró la noche, la luz de la luna la estaba obligando a partir.

Sin el más mínimo sigilo abandonó su hogar y comenzó a caminar. A pocos metros, divisó una pequeña lucecita, parecía un kiosquito pequeño, se acercó y tras percatarse que de un gran negocio se trataba, entró al local.

-¿Me da un paquete de cigarros? –le solicitó a la vendedora.

-¿Cuántos años tienes tú? –respondió ésta.

-Dieciocho.

-Deja ver tu carné.

Paula, con extrema decisión, decidió hacer real el continuo pensamiento de la vendedora respecto a los jóvenes bohemios, por lo que abrazó con sus dedos su pequeño documento, sacándolo en tal momento en que la vendedora poseyera la máxima atención.

Con ademán insolente, Paula golpeó con el pedazo de plástico a la funcionaria, provocándole un grito estremecedor.

Rápidamente, la joven tomó la cajetilla, comenzando una apurada carrera contra la justicia.

En medio de la calle, un vehículo pasó, era un taxi.

-¡Eh, taxi! –Le gritó.

El auto paró y el taxista con complejos de grabadora, le preguntó:

-¿Hacia dónde se dirige?

-Al Terminal.

El conductor, al percatarse de la aproximada edad de la adolescente, se preguntaba qué hacía una niñita en altas horas de la noche en un taxi rumbo al Terminal.

-No te importa –Contestó impetuosamente la joven.

-¿Me habla a mí? –preguntó incrédulo el conductor, alucinando una imposible facultad mental de la niña.

-No, claro que no –le respondió- Le hablo a ese otro vacío ser con el que me comunico por el celular que no estoy usando.

-Ah… -asintió el taxista- Pero si no estás usando un celular…

Paula ya se había bajado del automóvil.

-Benditas luces rojas –pensó la chica.

Nuevamente emprendió una carrera. Entre sobresaltadas respiraciones, logró llegar al Terminal, tomó el inmediato bus rumbo a Valparaíso y viajó entre plácidos sueños sobre los cómodos asientos.

La noche ya había envejecido, el día comenzaba a hacerse real.

Bajó del bus, sin ninguna maleta, sin ninguna pertenencia, solo su abrigo de múltiples compartimientos. Corrió hacia el litoral y se sentó en la arena, se sacó sus zapatos y percibió el frío de la sal marina, el ímpetu de esa marea incesante, esos oleajes danzantes.

Ahí, en medio de la arena estaba Paula, con las manos en sus bolsillos, palpando aquello que la llenaba, palpando esa sensación única.

Ahí, estaba Paula, esa mujer de pensamientos, esa mujer que lo sabía todo.

Anhelo

Anhelo